ROSA LUXEMBURGO LA CRÍTICA AL REFORMISMO SOCIALDEMÓCRATA En este sentido, podría pues argumentarse que la vitriólica reacción de la izquierda del SPD tenía tanto que ver con sinceramiento que se desprendía de los análisis de Bernstein como con sus sacrílegas críticas al corazón del corpus teórico marxista. Al final de cuentas, lo que Bernstein decía era que el SPD no era un partido de revolucionarios sino un moderado partido de pequeños burgueses interesados en limar las aristas más ásperas del capitalismo, pero nada más. eso no podía sino provocar el enojo de quienes, como Rosa y tantos otros, querían que esa estructura partidaria se jugase en favor de la revolución y que ellos, como intelectuales marxistas y, por lo tanto, intransigentemente opuestos al capitalismo, podrían utilizar el enorme potencial organizacional del partido para librar desde ahí su combate contra el capital. Se comprende, por tanto, la importancia que Rosa le asignaba a la tesis, refutada por la historia para su propia desgracia, pues la pagaría con su vida, de que las ideas de Bernstein no representaban el sentir del partido, de su dirigencia y su militancia. Rosa negaba la pretensión de que Bernstein estuviera hablando en nombre de una tendencia importante y aún predominante en el partido (p. 172. De hecho, lo que ocurría era exactamente lo contrario. Bernstein representaba mucho más genuinamente que Rosa y que Karl Liebknecht (hijo de Wilhelm, el fundador del partido) lo que el SPD realmente era. Por eso tuvieron que irse, fundar el Espartaquismo y pagar con sus vidas la larga militancia en un partido que, al finalizar la Primera Guerra Mundial, se convertiría en su impiadoso verdugo al consentir el brutal asesinato de ambos el 15 de enero de 1919.
Si bien hay en Berlín una tumba con el nombre de Rosa Luxemburgo, no existe en ella resto alguno de la revolucionaria polaca. Su cuerpo desapareció, primero durante dos meses arrojada en alguno de los canales de Berlín. Luego fue recuperado, pero durante el nazismo su verdadera tumba y los restos de su cuerpo desaparecieron definitivamente. No ocurrió lo mismo con Liebknecht. Indigna recordar todavía hoy que sus crímenes quedaron impunes y que la tan elogiada república de Weimar no hizo absolutamente nada para condenar a los responsables de sus asesinatos. Tal como lo asegura Nettl, nunca se enjuició ni se pensó en enjuiciar a los responsables. Los malos tratos a los individuos revolucionarios 555